Hace dos años que dejé mi amada comunidad de Quebrada Honda. Sus inolvidables paisajes, las sonrisas desinteresadas de sus niños, el amor incondicional de sus habitantes, el olor a tierra mojada y el paso tintineante del híbrido mular que domó mis pasos y mis pensamientos.
Quebrada Honda, refugio de paz y de silencio, altar sobre las nubes donde navegaron mis sueños, cumbre dorada en la proximidad del cielo, horizonte infinito de luz y color. Así es como la recuerdo, así como sigue viviendo en mi interno.